Cumpleaños

Era el cumpleaños de Carol y quería regalarle algo especial. Lo primero, poder estar unos días tranquilos, sin niños. Así que organicé un viaje a Sevilla de fin de semana. Un buen hotel, una suite en condiciones y pocas prisas. Buenos restaurantes y mejores amigos.

Llegamos el viernes por la noche. Un paseito por el centro, por el Barrio Santa Cruz, unas cervecitas, alguna tapita y para el hotel. No se pueden perder noches sin niños y una habitación de hotel.

Al día siguiente quedamos con Raquel y Juan para comer. La pena es que por la noche no podían quedar con nosotros... al menos eso es lo que le dije a Carol.

Es un gustazo poder quedar con gente con la que conectas y con la que te sientes completamente libre. El calor de las fechas hizo que tanto Carol como Raquel fuese preciosas a la cita. Mi mujer llevaba un vestido estampado largo, con tirantes que dejaban sus hombros al aire y un ligero escote. Nuestra amiga Raquel un vestido blanco cruzado con vuelo que dejaba sus piernas al alcance de las miradas de todos. La comida fue una delicia de risas, historias picantes, y algún que otro tonteo entre todos. Lo mejor fue cuando las dos volvieron del baño y nos regalaron sus bragas; Carol se la dio a Juan acompañado de un ardiente beso y Raquel me la metió en el bolsillo de la camisa tras besarme el cuello. Pero aquellos juegos terminarían pronto ya que nuestros amigos debían volver a casa porque tenían que ir a ver a unos familiares esa tarde noche. Obviamente, era mentira.

Carol y yo tratamos de bajar nuestra calentura con un paseo y con un buen helado de la Fiorentina. Escapando un poco más del calor y en busca de la comodidad, Carol también se quitó el sujetador. Sólo el ligero vestido le protegía de la completa desnudez.

Volvimos al hotel cuando empezó a oscurecer. Ya en el ascensor me aproveché de la situación. Le dije que se levantase la falda para que pudiera comprobar si estaba preparada para lo que iba a pasar en la habitación. Y sí lo estaba. Acaricié con delicadeza su coño mirándole a la cara para ver su reacción. Cerró los ojos y emitió un sonoro gemido. Con la otra mano bajé su tirante y dejé su pecho al descubierto. Llegamos a la planta y Carol fue del ascensor a la habitación tal y como yo la había dejado: mostrando uno de sus pechos. No había nadie pero seguro que no le hubiese importado cruzarse con algún afortunado...

En la puerta, mientras yo buscaba la tarjeta ella me iba desabrochando el pantalón y bajando la cremallera. Al entrar tenía muy claro que aquello tenía que ser un polvo rápido, era una emergencia. Después de besarnos profundamente y de que ella comprobara que mi polla estaba preparada se apoyó en el mueble de la televisión. El mensaje era claro. Fóllame. Levanté su vestido hasta la cintura y le penetré sin preambulo alguno; aquello fue como un penetrar un tarro de miel templada. 

Tanta calentura se tradujo en un polvazo de pocos minutos pero muy muy intenso. Los otros clientes del hotel debieron oírnos. Fijo.

Llegamos medio derrotados a la cama y nos quedamos traspuestos durante algunos minutos. Tras media horita de descanso nos fuimos a la ducha para recuperar fuerzas antes de la sorpresa que le tenia reservada a Carol.

Le regalé un conjunto especial de lencería, un sujetador que no llegaba a cubrir sus pezones, un tanga con una apertura central y unos ligueros clásicos (extraño para ser verano pero para eso está el aire acondicionado) ; era la noche ideal para estrenarla conmigo... y quizás con alguien más que ella no esperaba. Aquello lo cubriría con un vestido liso negro y sus zapatos de inmenso tacón de momentos especiales.

Salimos los dos arreglados hacia nuestra celebración. En el ascensor pulsé el botón de la última planta del hotel y no el de recepción. Carol me advirtió pensando que me había equivocado... pero no, le dije que desde ese momento debía dejarse llevar.

Cuando llegamos le agarré de la mano y le guié hacia una de las habitaciones del hotel. Era una de las suites especiales para recién casados con un hall de entrada, un living y la habitación. Abrí y todo estaba como esperaba. Luz tenue, algunas velas, unas botellas bien frías de champán, cuatro vasos... y una silla grande en medio de la primera estancia de aquella suite. Al lado, cuatro cintas negras anchas de seda y un antifaz.

Carol sabía lo que tenía que hacer, solo me miró, dejó caer el vestido que se puso minutos antes y despacio se sentó. Apoyó las manos en los brazos de la silla y abrió ligeramente las piernas para que sus tobillos estuviesen alineados con las patas. La amarré con las cintas sin apretar demasiado. Lo suficiente para que ella notase que no podía moverse aunque quisiera. Le puse el antifaz y aunque la luz era tenue me aseguré de que no viese nada.

Me separé de ella varios metros. Allí estaba Carol, sola en la silla en medio de una habitación sin muebles. Pasó más de un minuto sin que se oyera o se moviese nada. Mis invitados salieron del dormitorio. Él estaba desnudo y tenía una gran erección, seguramente provocada por su acompañante que, al igual que Carol, llevaba un conjunto negro de lencería muy sexy.

Juan y Raquel. Cómo no. Compañeros ya de otras aventuras. Nadie mejor que ellos para celebrar el cumpleaños de mi mujer.

Se acercaron a mí que estaba en la puerta al living. Señalé a Raquel. Ella se acercó con paso firme a Carol para que esta oyese el golpe de los tacones. Se puso detrás de la silla y con un dedo acarició el hombro y el brazo de Carol. Esperó unos segundos e hizo lo mismo con el lado contrario. Después usó los mismos dedos para recorrer el cuello desde el centro hasta las orejas. Estaba siendo delicada, como sólo Raquel sabe ser. Mi mujer cambiaba su gesto de sonrisa a placer a cada roce de nuestra invitada. Acercó su boca a la oreja de Raquel y la beso y lamió el lóbulo. Eso derrota a Carol, que emite su primer gemido suave. 

Juan y yo somos simple espectadores. 

Nuestra amiga sevillana se coloca delante de la entregada sumisa, justo entre sus piernas. Pone sus dos manos muy levemente sobre la cara de Carol y con uno de sus pulgares abre sus labios. Su lengua responde y juega con el dedo de Raquel. Quita el pulgar y sitúa el índice y el corazón en la comisura de los labios. Mi educada esposa abre la boca y los deja entrar y comienza una felación simulada. El movimiento se acelera hasta que saca los dedos empapados en saliva, unos dedos que dirige Raquel hasta el pezón de Carol para rozarlo. Sin poder moverse, mi mujer arquea la espalda para que los dedos no se alejen. Su otra mano hace el mismo recorrido... boca, saliva y al pezón contrario. El roce se hace cada vez más intenso hasta que la mujer de Juan decide parar de golpe y esperar. Pasan unos segundos y se inclina para que ahora sea su lengua la que acaricie con sutileza los pezones. Carol ya respira de forma muy profundo y deja escapar gemidos cada vez que Raquel cambia de pezón. De nuevo se detiene. 

Se coloca a un lado de la silla para poder inclinarse mejor y así comerle la boca a Carol. Raquel se quita el tanga que llevaba y se lo acerca a la cara hasta que le roza con él. Se vuelve a colocar de frente pero esta vez avanza hasta que su coño queda justo encima del brazo de mi mujer. Lo apoya despacio. Seguro que Carol nota algo caliente y mojado sobre su piel y más aún cuando comienza a frotarlo hacia delante y hacia atrás. Raquel se tiene que sujetar en el respaldo de la silla y acerca su pecho a la cara de su amiga que no tarde ni un segundo en darse cuenta de lo que tenía delante; busca con ansia los pezones y los devora con una pasión que contrasta con su cuerpo atrapado. Ahora los gemidos y la respiración profunda de las dos suenan al unísono.

Juan ya llevaba un rato masturbándose mirando aquella escena. Yo no aguanté mucho tampoco y me bajé la cremallera para sacarme la polla y poder pajearme en honor de aquellas damas. Raquel que sí podía vernos, se excitaba más aún al ver a dos hombres con sus miembros duros en sus manos sin quitar ojo de lo que hacía.

Hice un gesto para que la pareja cambiase. Ahora era Juan quien se iba a acercar a mi mujer y yo me quedaría con Raquel que, por la manera en la que me miraba a mí y a mi polla, podía imaginar qué intenciones traía.

Raquel llegó y le dijo algo al oído a Juan que yo sí pude oir: “Ponla muy muy cachonda...”. Casi sin terminar esa frase agarró mi erecto miembro con una mano y empezó a moverlo. Ahora era a mí a quien se dirigía en voz muy baja. “Eres un cabrón, te gusta ver a tu mujer con la polla de otro en la boca... pues ahora vas a verla comiendo la de Juan. Y como cabrón que eres te mereces que se corra dentro”. Fue escucharle decir eso y tener que sujetarle la mano para que no siguiera porque me iba a correr allí mismo. Me acerqué a su cara y le dije: “y tú mientras me vas a chupar la polla a mí porque te mueres de ganas de ver cómo Carol se traga la de tu marido. Y yo, querida Raquel, también me voy a correr dentro de tu boca”. Aquel intercambio de palabras hizo que me olvidase unos segundos de la protagonista de ese momento. En cuanto Raquel se arrodilló y cumplía con lo pactado, nuestras miradas de nuevo se dirigieron al centro de la sala.

Juan curiosamente había desatado a Carol con mucho cuidado, casi sin tocarla. Le puso de rodillas encima la silla y ató de nuevo sus piernas a los brazos de la silla. Los brazos abrazaban el respaldo de la silla y quedaron sujetos entre ellos por una de las cintas. 

La cabeza de Carol quedaba en uno de los lados de la silla así que podíamos verla perfectamente desde donde estábamos. Esa postura no era cómoda pero formaba parte del ambiente de sumisión al que estaba entregada mi mujer. 

Juan paró unos segundos. Miraba a Carol mientras se tocaba a sí mismo como una mano. Estaba pensando qué le iba a hacer a su víctima. No parecía tener ganas de ir despacito como fue Raquel. Se colocó justo delante de la cara de mi mujer y colocó el glande en sus labios. Apretó y según abría la boca la metió despacio pero entera dentro provocándole una arcada. Inmediatamente la sacó y un hilo de saliva espesa salía de la boca de Carol. Volvió a colocarla en los labios. La reacción de abrir la boca ahora no tuvo el mismo final; la polla de Juan jugaba a tocar los labios sin querer entrar a lo que respondió la lengua de ella desesperada por cazar aquel delicioso manjar. A veces conseguía atrapar la punta y otras veces él le pasaba el tronco desde los huevos hasta el glande. 

Qué bien se lo estaba haciendo pasar y qué bien nos lo pasábamos los espectadores. Raquel se quedaba quieta mirándolos mientras pasaba su mano libre por el coño; menos mal que se desconcentraba porque yo no hubiese aguantado nada.

Tras unos juegos, un pilla pilla de lengua y polla, Juan volvió a meterle entera. Esta vez si fue una follada de boca en toda regla. Las manos de él sujetaban la cabeza de mi mujer para poder penetrarla. Fueron algunas embestidas, no muchas, pero las suficientes para que la saliva chorrearse por la cara de ella. Ahí paró Juan. La dejó un minuto sin tocar. 

Tras la pausa, cogió la cinta de seda negra que sobraba y la amordazó. Ahora no podía ver, no podía moverse y no podía hablar... aunque hasta ese momento tampoco dijo nada, los gemidos y la polla de nuestro amigo le habían tenido la boca ocupada.

Juan se colocó detrás. Se agacho para tener el culo de mi mujer a la altura de la cara. A pocos centímetros de los dos agujeros dejó caer un buen chorro de saliva que rápidamente pasó del ano a su vagina. Volvió a repetirlo. Entonces pasó su dedo por la superficie de abajo a arriba, de la vagina al ano esta vez, sin entrar, sólo frotando la zona, como si quisiera extender toda su saliva mezclada ya con los flujos de Carol. Se arrodilló y metió su cara entre sus piernas para deleitarse con los sabores de su coño empapadísimo. Mi esposa sumisa completamente emitía unos gemidos que se frenaban por culpa de la cinta que le amordazaba. No olvidaré ese sonido jamás. 

Raquel y yo estábamos más pendientes de lo que allí pasaba que de nosotros mismos. Ella se incorporó y se puso de espaldas delante mía. No soltaba mi polla y me masturbaba muy lentamente mientras mis manos jugaban con su pecho.

Su marido continuaba comiéndose a mi mujer. Puso sus dos manos en los glúteos de Carol y los abrió todo lo que pudo. Apartó la boca de su coño, la levantó de nuevo y volvió a echar un hilo de saliva en su ano expuesto. Empezó a jugar con su lengua sobre el agujero del culo y mojándolo todo lo que podía. Ella se estaba volviendo loca no sólo por la habilidad de su amante sino porque ya estaba pensando en lo que vendría a continuación.

Los dedos de Juan fueron directamente al agujero prohibido de Carol. Primero un dedo que acariciaba la zona y expandía toda la saliva que él había dejado. Ese dedo se atrevía cada vez más a entrar levemente, lubricándose bien. Tras varios amagos, entró por completo y sin mucho problema en el culo de mi mujer. La otra mano del sevillano fue al coño para que sintiera sus dos agujeros ocupados.

Un dedo de su mano derecha le follaba el culo y un dedo de su mano izquierda hacía lo propio con su coño. A esos dedos se le sumó otro más. Esta vez tuvo que trabajarlo más e ir con delicadeza pero con decisión; el culo de mi mujer es estrecho pero receptivo. Pronto consiguió que entraran y salieran con ritmo. Ni la cinta de su boca podía frenar el sonido de sus gemidos...

A un segundo se sumó un tercero. El mismo protocolo y el mismo resultado. Juan no se olvidaba de su coño. Y ahí llegó el primer orgasmo de la noche de cumpleaños de Carol. Su cuerpo temblaba como si tuviese espasmos febriles. Hasta la silla se movió. 

Tras lograr su objetivo, le tocaba a él cobrar su recompensa. Sacó sus dedos, se incorporó y volvió a escupir directamente al culo ya abierto de Carol. Agarró su miembro y lo puso en la puerta de atrás, apretando muy sutilmente, sin apretar. La dejó ahí y cogió a mi mujer de las caderas. Despacio, muy despacio pero sin detenerse empezó a meter todo su durísima polla en el culo de mi entregada esposa. Los sonidos sordos que emitía Carol se confundían entre dolor y placer. La polla desapareció por completo en el culo y los huevos de Juan tocaron su coño; así se quedó un tiempo, quieto, apretando pero sin ser agresivo. Igual de despacio hizo el camino inverso para sacarla casi completamente. De nuevo penetró, apretó y la volvió a sacar despacito. Y ahí, con mi mujer dilatada y entregada comenzó a follarle el culo con ritmo constante.

Yo no podía más. Le dije al oído a Raquel que fuéramos hacia el centro de la habitación. Con un gesto le dije que quitase la mordaza a Carol. No sólo lo hizo sino que aprovechó para tapar el volumen de los gritos de mi mujer con su boca. Su marido estaba con la polla dentro de su culo y su mujer con la lengua dentro de su boca. Ahí no pude resistirme. Raquel estaba agachada delante mía, inclinada dejando su coño a la altura perfecta, agarrada a la silla para poder besar a Carol... Me adelanté y empecé a follármela. No fue nada complicado porque mi polla entró con muchísima facilidad en aquel pantano de placer.

Las dos mujeres gemían al unísono. Obviamente Carol ya sabía quienes eran los que le estaban sometiendo a aquella sesión de placer.

Como era el cumpleaños de Carol, dejé de follar a Raquel (con cierta pena) y la incorporé. Me acerqué al respaldo de la silla y acerqué la polla a su boca; fue notarla cerca y cazarla. El movimiento provocado por las embestidas de Juan eran suficientes para que la mamase a un ritmo bestial. 

Raquel no quería quedarse sin aportar algo a la cumpleañera. Se colocó al lado de Carol para jugar con sus pechos. La brutalidad del sexo de Juan y mía contrastaban con la suavidad, delicadeza y cariño de los gestos de nuestra querida amiga.

Aquella escena era inolvidable y dudo que ninguno de los cuatro la olvide jamás. 

Juan ya hacía gestos que que iba a explotar y yo estaba igual o peor. Y al mismo tiempo, como si estuviésemos sincronizados, los dos estallamos en un orgasmo brutal. Los dos nos corrimos dentro de Carol aunque yo tuve que sacarla de la boca porque pensaba que la ahogaba... Pero nuestro amigo sí esperó a que le saliera todo antes de separarse de mi mujer. 

Con los dos derrotados, Raquel tomó el mando. Le quitó la máscara a Carol y la cinta de las muñecas. La besó con mucho cariño sin importarle que mi semen aún chorresase por sus labios. Le ayudó a incorporarse y le desató las cintas de las piernas. Mi mujer estaba destrozada por la sesión... por un momento me pareció que nos habíamos excedido, nunca habíamos ido tan lejos... pero ya de pie se me acercó sonriendo y ya en voz alta me dijo, “eres un cabrón... sois todos unos cabrones... qué hijos de puta... me ha encantado la sorpresa, perros, que sois unos perros... ya me vengaré”. Y me besó. Y besó a Juan. Y besó a Raquel a la que agarró de la mano para ir juntas al baño enorme de la suite. 

Cuando entraron se escucharon risas y un grifo abierto. Preparaban un baño. Mientras en el salón yo descorchaba la primera botella de champán que caería esa noche. Noche que fue larga, muy larga...
发布者 Estupefacto
3 年 前
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