Veraneo con Lidia.- Capítulo 1 - La invitación
1.- La invitación
Lidia acababa de terminar su primer año en la universidad y me llamó por teléfono. Quería preguntarme si la invitábamos a pasar unos días en el adosado que tenemos en la playa. Era prima segunda y solíamos pasar mucho tiempo juntas cuando éramos más jóvenes. Yo cuidaba de ella cuando era una niña, pues soy doce años mayor. Su padre era primo de mi madre, y vivíamos relativamente cerca de ellos cuando éramos más jóvenes; pero se mudaron al norte, al País Vasco, hacía unos años y desde entonces no nos habíamos visto casi nada. Quería volverá vernos y aprovechar sus vacaciones para pasar un par de semanas al sol y ponerse morena, harta ya de las lluvias del norte. Mi marido no puso ningún reparo y yo me alegré porque pasaba mucho tiempo sola con los niños. Mi marido se quedaba trabajando en Madrid de “rodríguez” y venía los fines de semana. Y a mí me apetecía volverla a ver y tener un poco de compañía madura con quien hablar, compartir un refresco o un café, tener unos momentos de intimidad. Mis hijos se pasaban el día jugando y solo requerían mi atención a la hora de las comidas.
El día de su llegada, vinieron mis padres a pasar el fin de semana con nosotros; también les apetecía saludarla y preguntar por sus padres. Alberto, mi marido, aprovechó que estuviera tan acompañada para quedarse a “trabajar” y no aparecer por la playa. No me importó. Para mí, su llegada y la de mis padres fue estupenda. Los abuelos se bajaron a la playa con los nietos, mientras nosotras, después de las preguntas de rigor y de conducirla a su cuarto para que deshiciera la maleta, nos quedamos solas en la terraza, charlando y recordando anécdotas de su niñez. Nos reímos y nos pusimos al día sobre nuestras vidas en los últimos años. Lo pasamos genial. Lidia había cambiado mucho desde la última vez que la vi; se había convertido en una joven muy sensata con ideas casi de adulto, aunque todavía se podían descubrir en ella atisbos de adolescente, de casi seguir siendo una niña. Pero esa madurez incipiente le daba un estado muy especial que me agradaba.
Ya por la tarde, mis padres se fueron y nos quedamos solas con los niños. Por la noche, cenamos y nos sentamos en los sofás para ver una película. Mis hijos, tumbados encima de mí, en el sofá grande, y Lidia en otro más pequeño, perpendicular al nuestro, reclinada en un precioso escorzo. Llevaba pantalones cortos y un top rosa. Lo había estado usando todo el día y le hacía un cuerpo escultural, pero hasta ahora no me había dado cuenta de lo hermosa y guapa que estaba. Se había transformado en una auténtica mujer. Todo en ella era suave, delicado, de curvas redondeadas, pero bien definidas. Estaba más bien rellenita, pero no tenía exceso de peso y sus carnes no parecían nada fofas, ni blandas. Estaba sentada de lado, con sus pies y pantorrillas debajo de las nalgas. Su piel desnuda aparecía ya algo bronceada; me quedé hipnotizada por plenitud de la parte posterior de sus muslos. No podía dejar de mirar sus piernas desapareciendo en sus pantalones cortos. Su culo opulento me parecía tan perfecto como toda ella. Miré hacia arriba a sus brazos desnudos y la perfecta redondez de sus hombros. Su larga melena rubia descansaba sobre su hombro derecho y me pareció muy, pero que muy sexy en esa postura. Era como una diosa, una deseable diosa cargada de erotismo
Me quedé mirándola durante un buen rato hasta que ella se percató y me miró desviando su vista de la película. Me había pillado in fraganti observándola. Traté de disimular y la sonreí; ella me devolvió la sonrisa. Desvié la vista y volví a la película. Entonces empecé a sentirme mal por haber mirado a mi prima de esta manera. Pero simplemente había sido algo instintivo, no había podido evitarlo. Quizás era porque llevaba mucho tiempo sin estar con una chica. Mi marido sabía que había sido bisexual en la universidad, pero lo que ignoraba es que seguía todavía pensando en ello. Al principio de nuestro matrimonio habíamos hecho algún trío con alguna chica, pero nos dio miedo seguir con la introducción de terceros por temor a complicar nuestra relación de pareja, además de tener que hacerlo a escondidas. Yo había “caído” un par de veces con una amiga y su vecina -aunque eso es otra historia-, pero supongo que no estaba bien pensar hacer estas cosas con mi prima.
Esa noche en la cama hubiera deseado tener a Alberto a mi lado y follar como loca con él, pero no era posible y deje volar mi imaginación. Empecé a pensar en él, en su cuerpo musculado, sus fuertes brazos y piernas, su sexo duro… pero sin darme cuenta cambié el registro y me imaginé a mi prima a mi lado, en la cama. Cerré los ojos y me imaginé disfrutando de las sensaciones de ella lamiendo y besando todo mi cuerpo. Me asusté. Estaba imaginando que mi prima era la que me hacía el amor, la que me hacía disfrutar, y no mi marido.
Al día siguiente me fui con Lidia y mis hijos a la playa. Aunque tienen seis y ocho años, no se les puede quitar el ojo de encima. La suerte quiso estar de nuestra parte: sus amigos de la urbanización estaban acampados cerca, así que todos ellos se agruparon para jugar, dejándonos a los adultos descansar y tomar el sol en paz. Lidia se acomodó en su silla y tomó un libro. Se roció un poco de aceite en las piernas, haciéndolas brillar bajo los rayos del sol y viéndose aún más deliciosas. También se bronceó sus brazos y luego me entregó la botella, pidiéndome que le rociara su espalda. Se volvió hacia mí. Yo pulvericé su espalda y froté su piel un poco. Traté de ser rápida. Era lo único que podía hacer para no quedarme enganchada a su piel, aunque deseaba disfrutar de la suavidad y el calor de esa piel joven. Apliqué el mismo aceite a mis piernas y brazos; ella me correspondió frotándolo por mi espalda. Podía sentir sus manos recorriendo cada centímetro de mi cuerpo. Cerré los ojos mientras lo hacía. Fue una sensación muy agradable… Una ola de calor me condujo a otra ola, más bien inundación, de fantasías y de deseos. Mi entrepierna comenzaba a humedecerse y me sentí culpable.
Tenía las gafas de sol puestas y me coloque delante de ella boca abajo para tomar el sol, fuera de la sombrilla. Ella llevaba un bañador de cuerpo entero de color negro y permaneció sentada en esa silla, casi hundida en la arena, perdida en su libro. En esta postura y aparentando dormitar tuve la oportunidad de mirarla en secreto, amparada detrás de mis gafas oscuras. Mis pechos y la ingle se presionaron con fuerza en la toalla. Pero la combinación del calor del sol y mi visión del cuerpo casi desnudo de Lidia pusieron mi cuerpo en llamas. Traté de recolocarme en la toalla, pero sin mucho tardar volví a fijar mis ojos en sus piernas semiabiertas, en sus muslos y en su centro del placer, imaginando lo delicioso que podría ser saborear sus jugos y notar crecer su clítoris entre mis labios. Imaginando esto, la sensación de pervertida que había tenido en la noche, se desvaneció; tal vez alguien podría pensar que yo era un pervertida y enferma por querer así a mi pariente, pero me sentía atraída por ella como con nadie en mucho tiempo. Deseaba besarla y poseerla allí mismo, en la playa, bajo el sol ardiente, haciendo resbalar nuestros cuerpos untados de aceite, mezclando el sudor de la pasión. Quería besar sus labios carnosos y sentir sus suspiros de placer llenando mi boca.
Tenía la esperanza de no dejar entrever mi tensión sexual; estaba ahí tumbada, tranquila, mientras sentía la contracción de mi coño llegando al orgasmo. Aunque era consciente de que mi respiración se había acelerado un poco. Por favor, Dios, permite que aparente total calma y normalidad, que no se note mi excitación, pensé.
La semana pasaba y día tras día mi deseo por besar a Lidia, por tenerla entre mis brazos, por hacer el amor con ella, iba in crescendo.
El miércoles, Alberto me llamó diciéndome que venía con nosotros. Tenía una cena de negocios con un cliente y quería que le acompañáramos. Así que, a la tarde, después de jugar un rato en la piscina de la urbanización, volvimos a casa, subí con los niños a la primera planta y los duché y vestí. Lidia se quedó en la ducha de la planta baja. Alberto llegaría sobre las ocho y media de la tarde, con tiempo para ducharse, cambiarse de ropa y salir. Nosotras debíamos estar preparadas a esa hora. Los niños se quedaron jugando en su cuarto mientras venían a buscarles sus amiguitos, los hijos de una vecina. Teníamos un acuerdo vecinal de ayuda. Ellos se quedaban algunas noches con nuestros hijos y otras noches nos quedábamos nosotros con los suyos. Así podíamos tener noches de asueto unos y otros, disfrutar de cierta soltería. El acuerdo nos beneficiaba a todos y, a decir verdad, los niños se portaban muy bien y estaban encantados de estas noches de amigos.
Bajé las escaleras para coger algunas toallas del baño de la planta baja, donde estaba Lidia. Oí el secador de pelo funcionando y llamé a su puerta. "Entra", dijo ella. Abrí la puerta y la encontré secándose el pelo en sujetador y bragas. Un magnífico conjunto verde esmeralda, casi transparente, con bragas de corte francés, unas preciosas “culotte”. Oh, Dios mío, pude apreciar con más claridad su precioso cuerpo. Sus pechos dentro de ese sujetador verde eran como dos regalos del cielo. Eran plenos y perfectos, con grandes areolas y unos magníficos pezones que podían apreciarse a través de la tela. Ella era muy voluptuosa y su vientre desnudo estaba pidiendo a gritos ser besado. Miré hacia abajo, vi el pequeño bulto de su monte de Venus debajo de sus bragas y al instante sentí un puntazo en mi bajo vientre y en mi sexo. Tenía el vello púbico bien recortado; para mí, una de las vistas más atractivas del mundo. Quería verlo de cerca. Nada más que eso. Yo quería estar frente a ella, más cerca, de rodillas, rozando mis labios y la nariz contra la suavidad de su bulto. Quería oler la deliciosa mezcla de jabón y sexo; sentir el desmayo de mi excitación en ese vello púbico. Dios todopoderoso, ¿cuánto tiempo podría estar allí mirando?
- Hey, bonito conjunto, de lo más sensual – farfullé tratando de salir de mi ensimismamiento- ¿Victoria Secret? -pregunté.
- Sí - respondió ella con una sonrisa.
Si ella se había percatado que estaba fantaseando con su cuerpo, estaba fingiendo muy bien. Enrojecí de vergüenza, agarré las toallas y le dije que estaría lista pronto.
A todos nos salió esa noche perfecta. Fue una gran cena, con un montón de bebidas. No puedo negar que me distraje por unas horas, pero no pude, en toda la cena, dejar de mirar de reojo a Lidia; con disimulo, procurando que nadie se percatara que me la comía con los ojos. Estaba condenadamente guapa con una camisa roja sin mangas, apretada contra su pecho y un pantalón negro, que marcaban todas sus curvas. Su sonrisa durante las charlas que se iban dando en la cena me provocaban cada vez más. Cuando llegamos a casa, Alberto estaba destrozado y se despidió cansado porque tenía que levantarse temprano para volverse a Madrid. Lidia y yo nos quedamos en la planta baja. Decidimos tomar un gin-tonic y ver un rato la televisión.
- Voy a ponerme más cómoda- dije- al tiempo que subía a mi cuarto a ponerme un pijama de verano con pantalón corto y una camiseta de tirantes.
- Ah, vale, yo también- contestó
A los cinco minutos ambas estábamos tumbadas en los extremos opuestos del sofá grande, estirándonos. Ambas casi con el mismo uniforme, con nuestras piernas al aire y nuestros pechos liberados de sujetadores engorrosos. En esta posición nuestras piernas se rozaban de vez en cuando, la suavidad de una contra la suavidad la otra, pero ninguna de las dos hizo ademán de separarlas. Podía sentir el calor de las suyas rozando las mías, cómo mi respiración se aceleraba, mi corazón latía con fuerza y mi coño iba humedeciéndose sin control. Me rasqué la pierna a través del pantaloncito, disfrutando de la sensación. Poco a poco, mis dedos habían alcanzado la parte interna de mis muslos y llegado a mis ingles. Cada terminación nerviosa de mi cuerpo parecía ser ultrasensible. Lidia me miró un par de veces, por el rabillo del ojo. ¿En qué estará pensando?, pensé
Después de acabar con la copa, casi una hora después, dijo que se iba a la cama. Se inclinó para besarme y darme las buenas noches. Miré hacia arriba y sus labios rozaron, sin querer, parte de mis propios labios. ¿Alargó el beso por un momento o fue producto de mi imaginación? No sé. Desapareció tras la puerta de su dormitorio y yo me quedé en el sofá durante unos cuantos minutos más, antes de apagar la televisión. En mi camino hacia la escalera, pasé junto a la puerta cerrada de su dormitorio y me detuve un momento. Me pareció escuchar algo en su interior. Me incliné y apoyé mi oído en la puerta. Un ¡oh…!, se me escapó sin querer de la boca. ¿Qué era esa respiración agitada que oía detrás? Oh Dios, era Lidia la que gemía. ¿Se estaba masturbando? Traté de concentrarme, pero la bomba maldita de la pecera en el salón me distraía. Sí, sí, no cabía duda, estaba allí disfrutando de sus dedos y corriéndose de placer .... No sé por qué, pero rogué que estuviera pensando en mí mientras sus dedos tocaban su coño y jugaban en su interior. Estaba tan emocionada que corrí escaleras arriba hacia mi cuarto de baño. Estaba muy excitada, con el coño empapado. Mandé mis pantalones cortos lejos de mí, bajándolos y dándoles una patada. Necesitaba llenar mi sexo con algo, necesitaba un alivio inmediato. Encendí el agua y agarré mi cepillo del pelo de mango redondo. Me senté en el asiento del inodoro con el pie izquierdo apoyado en la bañera y me follé en esta difícil posición, logrando un orgasmo muy intenso, pensando en mi hermosa prima. Poco a poco saqué tan especial consolador de mi chorreante sexo, notando cómo toda mi corrida salía al exterior, liberándose y se discurriendo por mi muslo. El mango estaba recubierto con mis jugos. Lo lamí, saboreé tan deliciosa “delicatesen” e imaginé que eran los jugos exquisitos de mi prima; que así de rico sabría el coño de Lidia… Uf, volví a excitarme…
Lidia acababa de terminar su primer año en la universidad y me llamó por teléfono. Quería preguntarme si la invitábamos a pasar unos días en el adosado que tenemos en la playa. Era prima segunda y solíamos pasar mucho tiempo juntas cuando éramos más jóvenes. Yo cuidaba de ella cuando era una niña, pues soy doce años mayor. Su padre era primo de mi madre, y vivíamos relativamente cerca de ellos cuando éramos más jóvenes; pero se mudaron al norte, al País Vasco, hacía unos años y desde entonces no nos habíamos visto casi nada. Quería volverá vernos y aprovechar sus vacaciones para pasar un par de semanas al sol y ponerse morena, harta ya de las lluvias del norte. Mi marido no puso ningún reparo y yo me alegré porque pasaba mucho tiempo sola con los niños. Mi marido se quedaba trabajando en Madrid de “rodríguez” y venía los fines de semana. Y a mí me apetecía volverla a ver y tener un poco de compañía madura con quien hablar, compartir un refresco o un café, tener unos momentos de intimidad. Mis hijos se pasaban el día jugando y solo requerían mi atención a la hora de las comidas.
El día de su llegada, vinieron mis padres a pasar el fin de semana con nosotros; también les apetecía saludarla y preguntar por sus padres. Alberto, mi marido, aprovechó que estuviera tan acompañada para quedarse a “trabajar” y no aparecer por la playa. No me importó. Para mí, su llegada y la de mis padres fue estupenda. Los abuelos se bajaron a la playa con los nietos, mientras nosotras, después de las preguntas de rigor y de conducirla a su cuarto para que deshiciera la maleta, nos quedamos solas en la terraza, charlando y recordando anécdotas de su niñez. Nos reímos y nos pusimos al día sobre nuestras vidas en los últimos años. Lo pasamos genial. Lidia había cambiado mucho desde la última vez que la vi; se había convertido en una joven muy sensata con ideas casi de adulto, aunque todavía se podían descubrir en ella atisbos de adolescente, de casi seguir siendo una niña. Pero esa madurez incipiente le daba un estado muy especial que me agradaba.
Ya por la tarde, mis padres se fueron y nos quedamos solas con los niños. Por la noche, cenamos y nos sentamos en los sofás para ver una película. Mis hijos, tumbados encima de mí, en el sofá grande, y Lidia en otro más pequeño, perpendicular al nuestro, reclinada en un precioso escorzo. Llevaba pantalones cortos y un top rosa. Lo había estado usando todo el día y le hacía un cuerpo escultural, pero hasta ahora no me había dado cuenta de lo hermosa y guapa que estaba. Se había transformado en una auténtica mujer. Todo en ella era suave, delicado, de curvas redondeadas, pero bien definidas. Estaba más bien rellenita, pero no tenía exceso de peso y sus carnes no parecían nada fofas, ni blandas. Estaba sentada de lado, con sus pies y pantorrillas debajo de las nalgas. Su piel desnuda aparecía ya algo bronceada; me quedé hipnotizada por plenitud de la parte posterior de sus muslos. No podía dejar de mirar sus piernas desapareciendo en sus pantalones cortos. Su culo opulento me parecía tan perfecto como toda ella. Miré hacia arriba a sus brazos desnudos y la perfecta redondez de sus hombros. Su larga melena rubia descansaba sobre su hombro derecho y me pareció muy, pero que muy sexy en esa postura. Era como una diosa, una deseable diosa cargada de erotismo
Me quedé mirándola durante un buen rato hasta que ella se percató y me miró desviando su vista de la película. Me había pillado in fraganti observándola. Traté de disimular y la sonreí; ella me devolvió la sonrisa. Desvié la vista y volví a la película. Entonces empecé a sentirme mal por haber mirado a mi prima de esta manera. Pero simplemente había sido algo instintivo, no había podido evitarlo. Quizás era porque llevaba mucho tiempo sin estar con una chica. Mi marido sabía que había sido bisexual en la universidad, pero lo que ignoraba es que seguía todavía pensando en ello. Al principio de nuestro matrimonio habíamos hecho algún trío con alguna chica, pero nos dio miedo seguir con la introducción de terceros por temor a complicar nuestra relación de pareja, además de tener que hacerlo a escondidas. Yo había “caído” un par de veces con una amiga y su vecina -aunque eso es otra historia-, pero supongo que no estaba bien pensar hacer estas cosas con mi prima.
Esa noche en la cama hubiera deseado tener a Alberto a mi lado y follar como loca con él, pero no era posible y deje volar mi imaginación. Empecé a pensar en él, en su cuerpo musculado, sus fuertes brazos y piernas, su sexo duro… pero sin darme cuenta cambié el registro y me imaginé a mi prima a mi lado, en la cama. Cerré los ojos y me imaginé disfrutando de las sensaciones de ella lamiendo y besando todo mi cuerpo. Me asusté. Estaba imaginando que mi prima era la que me hacía el amor, la que me hacía disfrutar, y no mi marido.
Al día siguiente me fui con Lidia y mis hijos a la playa. Aunque tienen seis y ocho años, no se les puede quitar el ojo de encima. La suerte quiso estar de nuestra parte: sus amigos de la urbanización estaban acampados cerca, así que todos ellos se agruparon para jugar, dejándonos a los adultos descansar y tomar el sol en paz. Lidia se acomodó en su silla y tomó un libro. Se roció un poco de aceite en las piernas, haciéndolas brillar bajo los rayos del sol y viéndose aún más deliciosas. También se bronceó sus brazos y luego me entregó la botella, pidiéndome que le rociara su espalda. Se volvió hacia mí. Yo pulvericé su espalda y froté su piel un poco. Traté de ser rápida. Era lo único que podía hacer para no quedarme enganchada a su piel, aunque deseaba disfrutar de la suavidad y el calor de esa piel joven. Apliqué el mismo aceite a mis piernas y brazos; ella me correspondió frotándolo por mi espalda. Podía sentir sus manos recorriendo cada centímetro de mi cuerpo. Cerré los ojos mientras lo hacía. Fue una sensación muy agradable… Una ola de calor me condujo a otra ola, más bien inundación, de fantasías y de deseos. Mi entrepierna comenzaba a humedecerse y me sentí culpable.
Tenía las gafas de sol puestas y me coloque delante de ella boca abajo para tomar el sol, fuera de la sombrilla. Ella llevaba un bañador de cuerpo entero de color negro y permaneció sentada en esa silla, casi hundida en la arena, perdida en su libro. En esta postura y aparentando dormitar tuve la oportunidad de mirarla en secreto, amparada detrás de mis gafas oscuras. Mis pechos y la ingle se presionaron con fuerza en la toalla. Pero la combinación del calor del sol y mi visión del cuerpo casi desnudo de Lidia pusieron mi cuerpo en llamas. Traté de recolocarme en la toalla, pero sin mucho tardar volví a fijar mis ojos en sus piernas semiabiertas, en sus muslos y en su centro del placer, imaginando lo delicioso que podría ser saborear sus jugos y notar crecer su clítoris entre mis labios. Imaginando esto, la sensación de pervertida que había tenido en la noche, se desvaneció; tal vez alguien podría pensar que yo era un pervertida y enferma por querer así a mi pariente, pero me sentía atraída por ella como con nadie en mucho tiempo. Deseaba besarla y poseerla allí mismo, en la playa, bajo el sol ardiente, haciendo resbalar nuestros cuerpos untados de aceite, mezclando el sudor de la pasión. Quería besar sus labios carnosos y sentir sus suspiros de placer llenando mi boca.
Tenía la esperanza de no dejar entrever mi tensión sexual; estaba ahí tumbada, tranquila, mientras sentía la contracción de mi coño llegando al orgasmo. Aunque era consciente de que mi respiración se había acelerado un poco. Por favor, Dios, permite que aparente total calma y normalidad, que no se note mi excitación, pensé.
La semana pasaba y día tras día mi deseo por besar a Lidia, por tenerla entre mis brazos, por hacer el amor con ella, iba in crescendo.
El miércoles, Alberto me llamó diciéndome que venía con nosotros. Tenía una cena de negocios con un cliente y quería que le acompañáramos. Así que, a la tarde, después de jugar un rato en la piscina de la urbanización, volvimos a casa, subí con los niños a la primera planta y los duché y vestí. Lidia se quedó en la ducha de la planta baja. Alberto llegaría sobre las ocho y media de la tarde, con tiempo para ducharse, cambiarse de ropa y salir. Nosotras debíamos estar preparadas a esa hora. Los niños se quedaron jugando en su cuarto mientras venían a buscarles sus amiguitos, los hijos de una vecina. Teníamos un acuerdo vecinal de ayuda. Ellos se quedaban algunas noches con nuestros hijos y otras noches nos quedábamos nosotros con los suyos. Así podíamos tener noches de asueto unos y otros, disfrutar de cierta soltería. El acuerdo nos beneficiaba a todos y, a decir verdad, los niños se portaban muy bien y estaban encantados de estas noches de amigos.
Bajé las escaleras para coger algunas toallas del baño de la planta baja, donde estaba Lidia. Oí el secador de pelo funcionando y llamé a su puerta. "Entra", dijo ella. Abrí la puerta y la encontré secándose el pelo en sujetador y bragas. Un magnífico conjunto verde esmeralda, casi transparente, con bragas de corte francés, unas preciosas “culotte”. Oh, Dios mío, pude apreciar con más claridad su precioso cuerpo. Sus pechos dentro de ese sujetador verde eran como dos regalos del cielo. Eran plenos y perfectos, con grandes areolas y unos magníficos pezones que podían apreciarse a través de la tela. Ella era muy voluptuosa y su vientre desnudo estaba pidiendo a gritos ser besado. Miré hacia abajo, vi el pequeño bulto de su monte de Venus debajo de sus bragas y al instante sentí un puntazo en mi bajo vientre y en mi sexo. Tenía el vello púbico bien recortado; para mí, una de las vistas más atractivas del mundo. Quería verlo de cerca. Nada más que eso. Yo quería estar frente a ella, más cerca, de rodillas, rozando mis labios y la nariz contra la suavidad de su bulto. Quería oler la deliciosa mezcla de jabón y sexo; sentir el desmayo de mi excitación en ese vello púbico. Dios todopoderoso, ¿cuánto tiempo podría estar allí mirando?
- Hey, bonito conjunto, de lo más sensual – farfullé tratando de salir de mi ensimismamiento- ¿Victoria Secret? -pregunté.
- Sí - respondió ella con una sonrisa.
Si ella se había percatado que estaba fantaseando con su cuerpo, estaba fingiendo muy bien. Enrojecí de vergüenza, agarré las toallas y le dije que estaría lista pronto.
A todos nos salió esa noche perfecta. Fue una gran cena, con un montón de bebidas. No puedo negar que me distraje por unas horas, pero no pude, en toda la cena, dejar de mirar de reojo a Lidia; con disimulo, procurando que nadie se percatara que me la comía con los ojos. Estaba condenadamente guapa con una camisa roja sin mangas, apretada contra su pecho y un pantalón negro, que marcaban todas sus curvas. Su sonrisa durante las charlas que se iban dando en la cena me provocaban cada vez más. Cuando llegamos a casa, Alberto estaba destrozado y se despidió cansado porque tenía que levantarse temprano para volverse a Madrid. Lidia y yo nos quedamos en la planta baja. Decidimos tomar un gin-tonic y ver un rato la televisión.
- Voy a ponerme más cómoda- dije- al tiempo que subía a mi cuarto a ponerme un pijama de verano con pantalón corto y una camiseta de tirantes.
- Ah, vale, yo también- contestó
A los cinco minutos ambas estábamos tumbadas en los extremos opuestos del sofá grande, estirándonos. Ambas casi con el mismo uniforme, con nuestras piernas al aire y nuestros pechos liberados de sujetadores engorrosos. En esta posición nuestras piernas se rozaban de vez en cuando, la suavidad de una contra la suavidad la otra, pero ninguna de las dos hizo ademán de separarlas. Podía sentir el calor de las suyas rozando las mías, cómo mi respiración se aceleraba, mi corazón latía con fuerza y mi coño iba humedeciéndose sin control. Me rasqué la pierna a través del pantaloncito, disfrutando de la sensación. Poco a poco, mis dedos habían alcanzado la parte interna de mis muslos y llegado a mis ingles. Cada terminación nerviosa de mi cuerpo parecía ser ultrasensible. Lidia me miró un par de veces, por el rabillo del ojo. ¿En qué estará pensando?, pensé
Después de acabar con la copa, casi una hora después, dijo que se iba a la cama. Se inclinó para besarme y darme las buenas noches. Miré hacia arriba y sus labios rozaron, sin querer, parte de mis propios labios. ¿Alargó el beso por un momento o fue producto de mi imaginación? No sé. Desapareció tras la puerta de su dormitorio y yo me quedé en el sofá durante unos cuantos minutos más, antes de apagar la televisión. En mi camino hacia la escalera, pasé junto a la puerta cerrada de su dormitorio y me detuve un momento. Me pareció escuchar algo en su interior. Me incliné y apoyé mi oído en la puerta. Un ¡oh…!, se me escapó sin querer de la boca. ¿Qué era esa respiración agitada que oía detrás? Oh Dios, era Lidia la que gemía. ¿Se estaba masturbando? Traté de concentrarme, pero la bomba maldita de la pecera en el salón me distraía. Sí, sí, no cabía duda, estaba allí disfrutando de sus dedos y corriéndose de placer .... No sé por qué, pero rogué que estuviera pensando en mí mientras sus dedos tocaban su coño y jugaban en su interior. Estaba tan emocionada que corrí escaleras arriba hacia mi cuarto de baño. Estaba muy excitada, con el coño empapado. Mandé mis pantalones cortos lejos de mí, bajándolos y dándoles una patada. Necesitaba llenar mi sexo con algo, necesitaba un alivio inmediato. Encendí el agua y agarré mi cepillo del pelo de mango redondo. Me senté en el asiento del inodoro con el pie izquierdo apoyado en la bañera y me follé en esta difícil posición, logrando un orgasmo muy intenso, pensando en mi hermosa prima. Poco a poco saqué tan especial consolador de mi chorreante sexo, notando cómo toda mi corrida salía al exterior, liberándose y se discurriendo por mi muslo. El mango estaba recubierto con mis jugos. Lo lamí, saboreé tan deliciosa “delicatesen” e imaginé que eran los jugos exquisitos de mi prima; que así de rico sabría el coño de Lidia… Uf, volví a excitarme…
2 年 前